Los recuerdos se me van amontonando. Como se amontonan los escombros en una escombrera. Irregulares, dispares e inconexos. Pero en conjunto forman una montaña, una montaña de recuerdos.
Retorno a mi historia:
Era una tarde, creo, de verano. En una terraza de un bar de un centro comercial, de esos centros llenos de cines, gente y niños gritones. Con mi familia y hasta con mi anterior esposa, nos llevábamos bien, al fin y al cabo, todo se perdona, de todo se sale, con un poco de voluntad.
La vi a lo lejos, con una futura y próxima ex-pareja (el no lo sabía en ese momento).
Sandra.
Decir que el corazón se me detuvo es una tontería, estaría muerto.
Decir que sentí un calor de volcán en mi pecho es una exageración, estaría quemado.
Decir que en ese momento entendí que la amaba, es una certeza, estoy enamorado.
Se acercaron vacilantes, como sin rumbo, dando unos besos y abrazos, retomando conversaciones perdidas hacía años, avivando unas llamas que creía apagadas, y yo disimulando, apretando los labios y los recuerdos para que no se me salieran por la boca, soñando en mil lugares a donde quería esconderme en ese momento.
Donde quería esconderme con ella.
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