Ladran los perros, dejando la noche en jirones de lamentos.
Ululan los mochuelos, vertiendo terrores entre los bosques mudos.Y en las criptas, se rompen los huesos, tensos de sufrir, tensos de dolores de otro mundo.
Afilándose las uñas en tantas desgracias, ríe funesto y macabro, helando hasta el rincón más profundo de la conciencia.
Es el in-nombrado, aquel que se alimenta de tus terrores, el que vive en tu miedo.
Y te mira, pardo, y es su mirada un aullido que se convierte en sangre en tu mente.
No puedes andar, no puedes ni palpitar, de tan quieto se te tensan, hasta dolerte, las pupilas.
Puedes oler la fetidez de tu miedo, puedes oír el doloroso circular de tu sangre enloquecida.
Sabes que en cualquier momento saldrá despedida y cremosa hacia el suelo.
Ya no duele, ya te has rendido, ya no eres consciente, ya te saltan despedidas en lento y certero viaje, tus vísceras, cayendo al suelo, con un sordo golpeteo.
Y al final, muy al final, en el tiempo del cruce hacia tu infierno, su almizclado aliento te despierta, y mientras la vida se escurre entre tus piernas lo ves y comprendes que no lo volverás a ver.
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