Que el amor es un juego de perdedores es algo evidente, hasta lo cantó mi querida ( y descanse en paz!) Amy, pero en mi caso es una realidad cruel y absoluta.
Me fuí a enamorar cuando no debía, fuera de mi tiempo, fuera totalmente del tiempo adecuado, absolutamente a contracorriente y cuando andaba ya mezclado en otro juego de amor, en fin, que soy un perdedor confeso.
Vuelvo a mi historia:
Sandra continuaba con su vida, con tumbos y altibajos, mezclada en relaciones tóxicas pero eficaces desde su punto (de sexo convexo) como digo, eficaces, y así la enseñaron a no fiarse, a ser como una tortuga, con coraza de placas de desengaños, pero aún así se confiaba.
Sandra es así, ve venir el peligro, se da cuenta del problema, pero hasta que no le pasa por encima no reacciona, se deja llevar y fracasa. Pero sobrevive, se quita el polvo de encima y , para mi, esa es la clave de su vida, es una superviviente.
Pasaron unos años, varios años, en los que me vi enredado, siendo mi vida como esa ola que revuelca al surfista, lo marea, lo estruja, lo revuelve, pero al final lo reflota. Y respiré, me quité del medio de un matrimonio que me tenía sentenciado. Pero debo ser sincero, me quitaron de enmedio de la peor forma posible, y ahora doy gracias.
Y cuando pensaba que podía resolver mi vida, me la encontré. A ella. A Sandra.
Y se revolvió toda mi vida. Otra vez.
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